lunes, 21 de abril de 2014

Monólogos de Carlos Alsina: No van de la mano siempre la fama y los votos

21 Abril 2014

Les voy a decir una cosa.

La diferencia entre Willy y Elpidio es que al primero no le conoce casi nadie, pero será elegido eurodiputado, y al segundo le conoce toda España pero no parece que el votante se fíe mucho.

El juez Elpido es un personaje popular, de eso no hay duda. Infinitamente más que Willy Meyer, de quien tres de cada cuatro ciudadanos dicen no saber ni quién es ni en qué se ocupa. “¿Willy qué? Yo al Willy que conozco es el que se fue a Cuba, el actor, Willy Toledo”. Willy Meyer lleva toda la vida trabajando en ese parlamento que, a decir de los partidos políticos, es tan crucial para nuestras vidas cotidianas (toca decirlo este año porque es año electoral), el parlamento de Estrasburgo.

Diez años lleva allí. Cabeza de lista de IU. Y, según Sigma Dos, un gran desconocido. Al juez Elpidio, fíjese, Meyer, le conoce toda España. Porque mandó a prisión a Blesa, porque ahora lo están juzgando a él por prevaricación (que es un delito) y porque dice cosas tan impactantes cuando lo entrevistan en los shows de la tele -”si yo hablo, se hunde el sistema”, y cosas así, entre apocalípticas y terriblemente pretenciosas- que sube la audiencia que le invitan a ir más veces a interpretar el papel de paradigma de la justicia verdadera frente al poder corrupto que le persigue. Quieren anularme, quieren silenciarme, quieren callarme la boca.

Curiosamente, nunca había hablado tanto y en tantos medios como ahora y nunca había tenido tanto público. Para estar queriendo silenciarle, todo indica que está diciendo todos los días lo que le da la gana (y sólo faltaba que no lo hiciera). Por ejemplo, que va a presentarse a las elecciones europeas al frente de un “movimiento” (la palabra “partido” no tiene hoy buena prensa) que se llama RED y que va a suponer, según su impulsor, presidente y candidato, “un gran cambio en nuestro país”. Las encuestas lo que dicen es que en las elecciones europeas no se va a comer una rosca y, en las siguientes -si es que se presenta- tampoco. No van de la mano la fama y los votos. No basta el foco del plató, el discurso encendido o la actitud victimista, para conseguir un escaño.

El nombre de Sosa Wagner, el candidato de UPyD, no le suena a casi el 90 % de los encuestados, pero tiene asegurada su reelección como eurodiputado. Y esta vez, acompañado de otros integrantes de su lista, cuatro o cinco escaños. Javier Nart, más conocido que los cabezas de lista de UPyD e IU, también tiene altas probabilidades de salir elegido, seguramente porque, en su caso, a una cierta popularidad mediática se le añade concurrir por una formación política asentada que se llama Ciudadanos. A diferencia de lo que ha ocurrido en Italia, España no parece hoy predispuesta a convertir movimientos políticos recién nacidos, con liderazgos presuntamente carismáticos, en una opción con respaldo popular suficiente como para pasar de la nada al éxito electoral de un día para otro.

Esto que llamamos el bipartidismo -la hegemonía electoral de los dos grandes, PP y PSOE- va a salir erosionado de las elecciones del mes que viene (“tocado”, aunque a gran distancia todavía de las demás siglas), pero quienes crecen a costa de esa pérdida de confianza en socialistas y populares -quienes reciben de manera creciente esa confianza- son partidos que llevan años en la brega (toda la vida en el caso de IU, y unos cuantos años ya en el caso de UPyD y Ciudadanos, que empezaron de cero y han ido sumando apoyos poco a poco, nuevos votantes que valoran su trabajo y sus propuestas). Las tres formaciones cuentan ya con voz en sedes parlamentarias, ejercen la representación de aquellos que, en la urnas, se la confiaron.

Dentro de un mes sabremos no sólo quien obtiene, o no, escaño, sino cuántos votos hay detrás -cuántas personas se sienten representadas- por cada una de las listas que concurren. A un mes vista, y con los sondeos en la mano, no parece que las nuevas opciones creadas en torno a personas conocidas, Vidal Quadras, Pablo Iglesias, Elpidio Silva, tengan mucho predicamento. Funcionan mejor en el share que en la urnas, digamos. Y eso que Vidal tiene una trayectoria política larga -y que en Cataluña el PP obtuvo con él sus mejores resultados- y que Pablo Iglesias, recién llegado a la acción política en primera línea, sale más tiempo en los programas de actualidad política que Cañete o que Elena Valenciano.

Los del “no nos representan” no parece que representen hoy a más del uno o el dos por ciento de los votantes. También en esto, a diferencia de Italia, no hay en España hoy mucho público votante dispuesto a confiar en aspirantes a líderes políticos que se han curtido, hasta la fecha, más como profetas o tertulianos de televisión que otra cosa. Pero veremos, porque queda un mes de carrera y el domingo electoral todo está abierto.

Usted puede votar a quien le parezca. Habrá, entre estas formaciones, alguna que se lamente luego de no tener la potencia de fuego de los grandes a la hora de pagar cuñas y poner vallas, pero hoy la fotografía que aportan los sondeos -sin cuñas y sin vallas- es ésta: los grandes siguen siendo mucho más grandes que los otros pero pierden respaldo en favor de los pequeños ya conocidos y contrastados, digamos. Los nuevos van a tener que seguir haciendo méritos, si es que un resultado electoral adverso no convierte en flor de un día su decisión de hacer política para cambiar el sistema y salvar España.

Elpidio dice que tiene un programa “hecho por los mejores profesionales” (no se sabe mucho más), y aunque antes de que Blesa cayera en su juzgado no se le conocía mayor vocación política (ni indignación por la podredumbre del sistema al que su propio juzgado pertenecía) bienvenida sea la vocación y la pasión por defender sus propuestas regenerativas -y por vender libros, que eso tampoco es un delito-. Cuantas más opciones políticas haya, tanto mejor para el votante: más diversidad de nombres, de perfiles y de programas entre los que poder elegir. Y en estas elecciones, con circunscripción única.

Entretanto, el juez lo que tiene que defender es su inocencia en el proceso por abuso de poder (eso es, al final, la prevaricación) en que está incurso; inocencia que se le presume mientras la acusación no pruebe, a ojos del tribunal, lo contrario, es decir, que abusó de su posición forzando las normas a su capricho. Éstas son las reglas del juego, como bien sabe Silva porque él mismo las ha empleado y defendido hasta que le ha tocado a él ser el acusado. Decir que todo es una patraña puede servir como desahogo, pero no parece una construcción argumental muy sólida. Pedir un receso para poder ser entrevistado en dos televisiones o quedarse sin abogado el mismo día que empieza el juicio para retrasar la vista hasta después de las elecciones europeas tampoco ayuda a que el procesado sea tomado en serio.

En la judicatura, como en todas las profesiones, hay profesionales muy buenos y profesionales bastante malos. De Silva se dice que es singular y polémico, pero no es por eso por lo que se le está juzgando. No se trata de si es buen o mal juez o de la opinión que tenga sobre las instituciones españolas. Se trata de saber si aprovechó el poder, enorme poder, que la sociedad delega en un juez para cometer un delito. Como la víctima es Blesa -imputado ahora en la Audiencia Nacional- tiene sentido preguntarse si el caso habría llegado hasta aquí -el juez juzgado- de no haber sido ex banquero y famoso el encarcelado. Pero tampoco es eso lo que tiene que establecer el tribunal. O Silva delinquió o no lo hizo. De eso va el juicio. El resto es tertulia.


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