1 Octubre 2013
Les voy a decir una cosa.
Hay gestos de coraje que no se valoran suficientemente. Pasado mañana, salvo que haya otro tsunami, Rajoy se convertirá en el primer jefe de gobierno occidental que visite Fukushima. Con un par.
Sin meyba pero al estilo Fraga en Palomares. La gente que es mal pensada dice: “¿qué nos dan a cambio los japoneses, contratos para empresas españolas, préstamo barato en forma de adquisición de deuda pública, nos van a ceder los juegos olímpicos de 2020?” No. No hay contrapartida conocida. El presidente, que ha llegado esta tarde a Japón, quiere tener un gesto de apoyo a la provincia japonesa que en 2011 sufrió un accidente nuclear que la prensa internacional retrató poco menos que como el fin del mundo: todo Japón iba a desaparecer del mapa, y en el improbable caso de que siguiera existiendo, tardaría siglos en volver a ser un país normal.
“Normal” en el sentido de “usual”, la verdad es que Japón nunca ha sido. Bill Murray aún se está recuperando de “Lost in translation”. Si será raro ese país, que dos años después de afrontar un desastre morrocotudo -porque antes de Fukushima lo que hubo fue un tsunami- ha conseguido unos juegos olímpicos y tiene al mundo expectante ante el aparente (o incipiente) despertar de su economía, de la mano de este nuevo primer ministro que se llama Ave y que genera división de opiniones entre colegas y economistas del resto del mundo.
Para unos es el artífice de un milagro económico, para otros un ilusionista que ha inflado con dinero público el globo de un espejismo. Rajoy, que pudo saludar al japonés en San Petersburgo (G-20) y que luego coincidió con él en Buenos Aires (relaxing café), aprovechará, sin duda, para preguntarle cómo ha conseguido tener tan buena prensa en sus primeros diez meses de gobierno. “A mí me ha pasado lo contrario”, le dirá Rajoy, “desde que empecé a gobernar no hago más que desinflarme en las encuestas”.
La crisis se ha prolongado más de lo que se dijo, el poder adquisitivo ha caído, los impuestos han subido, los servicios públicos se han recortado y el paro alcanza al 26 % de la población activa. A la recuperación esperada para el año que viene confía Rajoy no sólo la mejora de las condiciones sociales, sino su propia recuperación como candidato más votado.
“¿Y tú cómo lo haces, Ave?”, le preguntará el español al japonés. Y éste habrá de responderle con las tres patas de su programa económico: política monetaria expansiva (con el Banco Central de Japón enchufando dinero), mucha inversión pública (a costa de emitir deuda) y...devaluación de la moneda nacional. “Es decir, Mariano”, le dirá el japonés, “todo lo que tú no puedes hacer. Ni tienes banco central propio, ni puedes devaluar tu moneda ni te dejan disparar la inversión pública porque va contra la doctrina del recorte del déficit y la contención de la deuda”.
Y entonces el presidente del gobierno de España pondrá cara de “ay, quién pudiera”, porque aunque él llegó a la Moncloa expresando, con gran convicción, que el déficit público era lo peor que nos había pasado nunca, que la deuda pública había que atajarla como fuera y que subir impuestos era contrario a cualquier posibilidad de salir del hoyo, con el tiempo ha ido abandonando aquellas convicciones tan alemanas, digamos, para ir suspirando por recetas bien distintas: ahora un 5,8 % de déficit público se considera un modelo de austeridad, se da la batalla en Bruselas para que hagan la vista gorda ante algunas partidas de gasto (para que no computen como déficit), se reclama más inversión de los estados para espabilar la economía y se quita importancia al incremento de la deuda pública hasta el 100% del PIB.
Cómo no va a sentirse Rajoy cómodo en Japón sabiendo que allí no es del 100 %, sino del 240 %. Seguro que al bajar del avión les habrá dicho a sus colaboradores: “¿Lo veis?, ¡240 % de endeudamiento y el país sigue funcionando!, que hacéis un mundo de cualquier cosa”.
Como es bien conocido, cuando un gobierno incrementa la deuda lo que a él se le escuchará decir es que tampoco es para tanto porque los tipos de interés están muy “asumibles”, mientras que es a la oposición a la que le corresponde poner cara de Janet Leight en la ducha del motel de Psicosis mientras se exclama: “Qué barbaridad, la herencia que este hombre le va a dejar a nuestros pobres hijos”.
Como es conocido que no ha habido ministro de Hacienda en España que no haya calificado sus Presupuestos del Estado como “sociales” , incluso “muy sociales” , y que no ha habido ministro de Hacienda en la sombra, o sea, en la oposición, que no haya calificado los Presupuestos del prójimo de “antisociales, nada creíbles y profundamente equivocados”. Incluso hay ejemplos de quien habiendo estado en el gobierno, luego en la oposición y de nuevo otra vez en el gobierno, ha ido alternando estos dos discursos en función de la conveniencia.
Llamar “sociales” a los Presupuestos es como llamar “pegadiza” a la canción que gana Eurovisión, una costumbre sin mayor trascendencia. O como llamar “equitativas” a las subidas de impuestos, otro comodín que nunca falta en el discurso político. Los gobiernos siempre hacen las cosas “porque hay que hacerlas” y la oposición siempre las combate porque “no hay derecho a que se hagan”.
Endeudarse o recortar prestaciones sólo es censurable cuando lo hace el otro, cuando lo hace uno mismo es encomiable, “un ejercicio de responsabilidad”, ya sabemos. Tan entretenido -a poca memoria que uno tenga- como oír a Rajoy justificando el cada vez mayor endeudamiento (ahora ya la carga sobre nuestros hijos importa menos) es escuchar a Rubalcaba escandalizarse de que las pensiones sólo suban un 0,25 %. Su estreno como portavoz del gobierno, otoño de 2010, le llevó a defender con pasión los Presupuestos del año siguiente, que incluían una subida de las pensiones aún menor, del 0 %.
¿Por qué? Porque “había que hacerlo”, frase recurso de quien está en el gobierno. Es todo tan previsible como la respuesta del rey cada vez que le dan el alta hospitalaria y le preguntan cómo se encuentra. Al hombre acaban de operarle para quitarle una prótesis infectada, sigue a base de antibióticos, camina con andador, le esperan meses de rehabilitación en palacio, pero cuando los periodistas le pregunten “majestad, ¿cómo se encuentra?”, todos sabemos cuál será su respuesta: “¿que cómo estoy?, bien, bien, estupendamente”. Qué esperas que responda el rey. Si estuviera de humor añadiría: “mejor que nunca, como un toro, del hospital a la Zarzuela estoy pensando en ir corriendo”
http://podcast.ondacero.es/mp_series1/audios/ondacero.es/2013/10/01/00162.mp3
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