lunes, 15 de abril de 2013

Monólogos de Carlos Alsina: Ya están tardando en hacer la película sobre Falciani

15 Abril 2013 

Les voy a decir una cosa.

Ya están tardando en hacer la película. Se podría llamar como el protagonista, Falciani. O como el botín que se llevó del banco el protagonista, la lista Falciani.

O buscando un título menos previsible, se podría llamar la película “El santo grial de un Montoro”. Todo lo que un ministro de Hacienda siempre quiso saber sobre los contribuyentes que escondían dinero en Suiza. No fue Montoro, sino su antecesora Elena Salgado, quien recibió un pedazo del santo grial hace ahora tres años, cuando las autoridades francesas comunicaron a los gobiernos europeos con los que tienen acuerdos de colaboración contra el fraude fiscal -singularmente España e Italia- los nombres de los nacionales que aparecían en la lista de oro, la lista Falciani de clientes del HSBC suizo.

El día que se haga la película, si ésta es buena -Ryan Gosling haría un buen trabajo- el personaje protagonista habrá de tener claroscuros, ni santo ni demonio, el hombre que calcula, en cada momento, sus posibilidades de salir ganando; la figura del arrepentido que ayuda a desmontar aquello de lo que él fue parte; el culpable que aspira a la redención; el reo que tira de la manta. Empezará la película por el principio -el día que entró a trabajar como informático en el HSBC-, o por el final, este día de hoy en que, habiendo cambiado su look y nueve meses después de ser detenido en Barcelona, ha narrado su historia ante el juez de la Audiencia Nacional que ha de resolver si procede, o no, la extradición que solicita Suiza, primer paso para que Rajoy, que es quien tiene la última palabra, entregue a Falciani o le permita quedarse aquí, en recompensa a la jugosa información que ha venido proporcionando tanto a la Agencia Tributaria como a los jueces que investigan escándalos económicos.

Si la película, en lugar de empezar por el principio, o por el final, decide empezar por el medio, entonces la primera escena será la de un turista que desciende del barco en el que está haciendo un crucero por el Mediterráneo. La ciudad es Barcelona y le momento el verano pasado. El turista reacciona sorprendido cuando la policía española, de manera rutinaria, pide la documentación a los viajeros, pese a ser todos europeos embarcados en Francia, libre circulación, no esperaba que le pidieran los papeles. El agente que comprueba el pasaporte de Falciani, apellido italiano, nacido en Mónaco, nacionalidad francesa, se sorprende también al descubrir que pesa sobre él una orden de detención emitida por Suiza. Y lo detiene. Se comunica la detención a la justicia y recibe la información el gobierno.

Falciani es un apellido que resulta muy familiar, a estas alturas, en los gobiernos y bancos europeos, en las agencias tributarias de unos cuantos países y en los medios de comunicación, que escucharon hablar, por primera vez, de la lista Falciani tres años antes, cuando el gobierno Sarkozy anunció que había accedido a la identidad de tres mil nacionales franceses que habían evadido dinero (sin tributar por él, se entiende) a un banco suizo. Luego se supo cómo había accedido el gobierno a esa información: Suiza pidió su colaboración para detener a un ex empleado del HSBC acusado de robar información confidencial y para recuperar esa información, que el ex empleado guardaba en su casa, cerca de Niza, tras haberla intentado vender en Líbano.

Se atendió la petición de la fiscalía suiza y se confiscó el material en casa Falciani, pero antes de entregárselo a la justicia suiza fue la justicia francesa la que abrió una investigación por evasión fiscal basándose en los nombres y apellidos que aparecían en aquella lista. E hizo algo más, compartir su contenido con los gobiernos de los otros países de los que aparecían mencionados nacionales.

Por ejemplo, España, donde la agencia tributaria dirigida entonces por Carlos Ocaña recibió como oro impreso aquella información tan relevante. Setecientos contribuyentes españoles que habían ocultado muchos millones al fisco. Hacienda fue comunicando con ellos para contarles que se había destapado el pastel y que sólo tenían dos opciones: pagar lo que hasta entonces no habían pagado (más la multa correspondiente) o enfrentarse a un procedimiento por delito fiscal. Usted verá: o paga, o paga. Sin amnistía porque nunca hizo falta.

Con Falciani detenido en Barcelona, verano de 2012, fue el gobierno siguiente, el de Rajoy, quien hubo de lidiar con la petición suiza para que les fuera entregado. Está acusado de violación del secreto bancario, vulneración del secreto profesional y robo de datos personales. Tres cosas que, en efecto, hizo. Violó el secreto bancario (suizo), vulneró el secreto al que estaba obligado (por contrato) y robó datos personales (se llevó información que no era suya). Nadie lo niega. Pero también ha servido, todo eso, para perseguir eficazmente otros delitos, económicos, cometidos por un montón de gente y con daño abundante para los ingresos del Estado.

Es verdad que esta imagen que él empezó a fabricarse cuando empezó a tener problemas legales -el ciudadano escandalizado con el uso que se hace del secreto bancario y que decide combatir, con sus medios, por un mundo más honrado y más limpio- se compadece seguramente poco con el primer motivo que le llevó a robar toda aquella información secreta, que era, presuntamente, hacer negocio, venderla. Pero ya dije que la película, cuando la hagan (y si es buena) retratará un personaje cambiante, que adapta sus argumentos y sus acciones a lo que le va pasando.

La mejor herramienta que tiene en su poder alguien perseguido por la justicia es la información y las pruebas de otros comportamientos delictivos, su disposición a colaborar en otras investigaciones. Naturalmente el presunto delincuente -Falciani lo es desde el punto de vista suizo- espera, a cambio de su colaboración, que se le libere de sus propios problemas legales. En eso consisten los acuerdos con la fiscalía: te doy información que te va a venir muy bien y a cambio te encargas de que a mí no me vaya tan mal. En este caso, además, los problemas de Falciani no son con la fiscalía, o el estado español, sino con los suizos.

Para Suiza, Falciani es un ladrón que ha perjudicado a un banco (o al sistema bancario) que es clave para la prosperidad del país. Para el estado español, todo han sido ventajas. Ha podido aflorar dinero oculto, detectar evasores y acceder a movimientos de dinero que confirman las sospechas policiales en casos como Bárcenas o Gürtel. No es que el gobierno español haya decidido ahora no entregar a Falciani, es que lo decidió el día que se sentó a hablar con él de la información comprometedora que, sobre evasores y presuntos delincuentes, estaba en condiciones de aportarle. Llegado el momento de pronunciarse sobre la extradición, el gobierno va a limitarse a cumplir su parte del trato.

El día que hagan la película sabremos cómo siguió la historia. Si Falciani, terminada su peripecia española, se volvió a Francia o se afincó en algún otro país, de incógnito. Si se cambió el rostro y se cambió el nombre. Y de qué vivió. Y cuánto tiempo más hubo de llevar protección por miedo a que alguno de sus muchos enemigos contratara a un sicario para eliminarlo.



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