miércoles, 17 de abril de 2013

Monólogos de Carlos Alsina: El informe Nostradamus del FMI

17 Abril 2013 

Les voy a decir una cosa.

Que dice el gobierno que a Cristine Lagarde le dén tila. Que diga misa la señora gerente del Fondo Monetario Internacional que ayer pintó de oscuro (de aún más oscuro) el horizonte económico de España.

Con el mismo entusiasmo con que el gobierno abraza las recomendaciones del FMI cuando éste le reclama a Alemania que revise su cicatera actitud hacia los socios periféricos -ésa es la parte que les gusta de lo que dice el Fondo- quita relevancia el gobierno a las estimaciones del FMI que retrasan a la segunda mitad de 2014 la salida de la recesión y niegan que vaya a ser posible recortar el déficit público en la cuantía (y los plazos) que viene manejando el gobierno. Impasible el ademán ha acogido Rajoy el informe Nostradamus del FMI.

Las previsiones son previsiones “y el gobierno trabaja para que no se cumplan”, dice el presidente (entiéndase para que no se cumplan porque la realidad acabe siendo mejor de lo que calcula el Fondo, no al contrario, que tampoco sería la primera vez que el FMI pecara incluso de optimista en sus análisis). El reloj marca el paso de las horas y se van tachando días en el calendario, camino del nuevo “día D” al que nos ha emplazado a todos el gobierno: 26 de abril, festividad de San Peregrino y viernes, jornada en la que el consejo de ministros aprobará el programa económico para los dos próximos años, es decir, la revisión de las estimaciones económicas (que van a empeorar) y la concreción de las nuevas reformas que el Ejecutivo considera oportunas para que la economía mejore, o empeore menos, o -por decirlo de otro modo- para saciar la sed de medidas nuevas que viene manifestando la comisión europea.

En esa reflexión está ahora mismo el Ejecutivo, singularmente dos ministros, De Guindos y Montoro, y uno que no es ministro: Álvaro Nadal, jefe de la oficina económica del presidente, es decir, su ideólogo de cabecera. La reflexión es cómo dejar satisfecha a la comisión -el comisario acelga, Olli Rehn, que no se cansa nunca de recordar que sus recomendaciones, por más que se llamen así, no son más que instrucciones envueltas en papel de seda- sin acceder, en realidad, a algunas de las exigencias, como volver a subir el IVA, endurecer la reforma laboral o retrasar de nuevo la edad de jubilación; y sobre todo, lo que aspira a poder presentar el gobierno es algo que se parezca a un relajación del yugo sobre las pymes y los contribuyentes, algo que quepa calificar o de rebaja fiscal o de incentivo a la actividad económica (no sólo a la compra de vehículos, sino también a otros ámbitos).

En el fondo lo que desea Rajoy es poder anunciar algo que se parezca a lo que viene reclamando Rubalcaba: estímulos al crecimiento, o traducido, inversión pública a modo de desfibrilador que sacuda algunos sectores para darles vidilla. Tal vez entiende ahora mejor el presidente el entusiasmo con que se entregó su antecesor a aquello que se dio en llamar el “plan E”, o los 400 euros devueltos del IRPF, o aquellos cheques que repartía eufórico Zapatero con el argumento de que aquella era la salida socialdemócrata de la crisis: el dinero público como palanca para reactivar la economía, la doctrina de los estímulos que estuvo vigente en Europa en 2008 y 2009, antes de que llegara el año 10 con su crisis del euro y su derrumbamiento de Grecia, antes de que cambiara el viento y se asentara la doctrina del ajuste fiscal, los recortes y el cierre de la manguera. Rajoy suspira por poder abrir ahora un poco ese grifo.

Oficialmente se llama “políticas de crecimiento”, y es lo que vienen anunciando desde hace un año la Unión Europea en cada cumbre que han celebrado los jefes de gobierno. Es ahí donde el conservador jefe de gobierno español ha hecho pandilla con el socialista jefe del Estado francés, François Hollande, convertido en el nuevo mejor amigo del presidente en Europa. Es verdad que el acercamiento político, intereses compartidos, de Rajoy y el francés ha ido parejo al desinflado del efecto Hollande, a punto de cumplir un año en el cargo y con su popularidad en mínimos. Tampoco es que la popularidad de Rajoy, a juzgar por las encuestas que se publican aquí, esté en su mejor momento, pero el presidente español nunca pasó por ser el líder que iba a darle la vuelta a Europa apostando por el regreso a la inversión pública (en realidad nunca pasó por ser un líder de la Unión Europea), mientras que Hollande sí se atribuyó, o le colgaron, esa etiqueta.

Iba a arrollar en Europa y lo que ha pasado es que no ha cesado de menguar en Francia. Es interesante que, así como Rajoy se ha hecho amiguito del alma del socialista Hollande, Rubalcaba a quien tiene siempre en la boca como fuente de autoridad es al Fondo Monetario Internacional, es decir, a Christine Lagarde, ex ministra del gobierno conservador de Nicolás Sarkozy, a quien ve como profeta del cambio de doctrina económica en Europa. El Fondo viene reclamando, como subraya Rubalcaba, que Alemania invierta más en activar su economía y la de los países del sur de Europa, que dé más tiempo a Portugal, a Italia, a España, para equilibrar sus cuentas sin ahondar todavía más el hoyo. Pero, a la vez, es el mismo Fondo, integrante de la troika, el que receta más ajustes y más IVA, menos salario y más años trabajando.

Siempre está el Fondo en este doble juego de con los ajustes sólo no basta, pero sigan ustedes ajustando. Que de boquilla es lo mismo que dice Angela Merkel: hay que ayudar al crecimiento, pero sigan ustedes decreciendo. El príncipe de Asturias ha defendido hoy el libre mercado y la competencia, pero también el alto grado de protección social del modelo europeo. “Huyamos de actitudes insolidarias”, ha dicho, “que sólo llevan a resultados contraproducentes”. Entre quienes le escuchaban había personal de la embajada alemana en Madrid que no consta que se dieran por aludidos.


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