martes, 5 de marzo de 2013

Monólogo de Carlos Alsina: El Madrid ganador de la liga de la pasta futbolera


5 Marzo 2013

El Madrid ganador de la liga de la pasta futbolera


Les voy a decir una cosa.

Entre las muchas cosas que el Manchester United no le perdona al Madrid está que le haya ganado cuatro años consecutivos. Ésta no es una estadística deportiva de Mister Chip, es un dato que ofrece la auditora Deloitte.

Un dato económico extraído de la liga de la pasta futbolera que cada año elaboran sus analistas, un ránking de los clubes europeos no por sus títulos sino por los ingresos económicos que generan. (Ingresos, no beneficios, ojo). De largo, en esta otra liga de campeones, gana el Madrid desde hace cuatro años. Es el único club que ha superado la barrera de los quinientos millones de euros anuales, treinta más que el Barça (subcampeón) y más de cien millones más que el tercer clasificado, el Manchester United.

De quien dicen los auditores -estos hombres de negro de la industria futbolística- que ha hecho progresos notables en sus operaciones comerciales, sobre todo el contrato con General Motors (Chevrolet) para patrocinar sus camisetas, pero está pinchando en los ingresos por transmisiones televisivas, que en la temporada pasada decrecieron un 30 % por un motivo principal: la Liga de Campeones ni la olió, quedó apeado en la fase de grupos. Por eso los avispados hombres de negro subrayan lo imprescindible que es, por razones estrictamente contables, que el United llegue este año hasta el final de la competición. Sólo así, dicen, podrá mejorar sus resultados en 30 ó 40 millones de euros convirtiéndose en un rival serio, la próxima temporada, para el Barça y el Madrid en la liga de los ingresos.

Seguro que a Alex Ferguson este objetivo le motiva menos que el estrictamente deportivo (o no), pero el club británico siempre ha presumido de ser el mejor gestionado de la liga inglesa, el único que fichaba no sólo jugadores, sino ejecutivos reputados para dirigir la compañía; el único que lograba ser rentable. Históricamente el fútbol ha sido un negocio de salarios astronómicos para algunos cracks, pero de tamaño -en ingresos y resultados- bastante modesto.

En el libro que escribieron a pachas Simon Kuper, periodista deportivo británico, y Stefan Szymanski, profesor de economía -”El fútbol es así”, se llamaba con ironía, una explicación económica sobre los mitos del deporte-, contaban cómo ningún club de fútbol es, en rigor, un gran negocio. Frente a los mil millones de dólares de beneficio de una compañía como Titanium Metals, coloso de la industria aeroespacial, un club de fútbol alcanzaba, en el mejor de los casos, beneficios de unos pocos millones de euros. “En el mejor de los casos”, porque lo habitual es que anden entrampados hasta las cejas -los clubes españoles en esto lideran la tabla- y en números rojos.

Los autores explican que el fútbol se incorporó muy tarde a las técnicas comerciales modernas. Lo de lucir marcas en su indumentaria sólo empezaron a hacerlo cuando cayeron en la cuenta de que compraban las prendas a fabricantes que incluían sus marcas en las mismas: se publicitaban en los jugadores y encima el club les pagaba. Cuando Rupert Murdoch propuso a los clubes ingleses emitir sus partidos por satélite abonándoles un porcentaje de los ingresos, éstos se resistieron porque temían perder dinero al dejar de acudir los aficionados al estadio. Son empresas anómalas por la forma en que se miden sus resultados (su éxito o fracaso) y por el clima en el que los directivos han de tomar sus decisiones. “Los medios y los hinchas”, dicen los autores, provocadores, “los medios y los hinchas imposibilitan que los clubes tomen decisiones sensatas basadas en planes de negocio a medio plazo; las decisiones dependen de las noticias de hoy o las pitadas de anoche, económicamente acaban siendo irracionales”. Y, sin embargo, los clubes raramente desaparecen.

Bien lo sabemos en España, donde la administración política más cercana acude en socorro del club en riesgo de acabarse. Un historiador económico, Les Hannah, hizo una lista de las cien empresas más boyantes en el Reino Unido en la primera del siglo XX y se preguntó qué había sido de ellas en los noventa, después de la Gran Depresión, las guerras mundiales, las recesiones. La mitad de las compañías habían desaparecido; entre las supervivientes, muchas habían cambiado de sector de actividad o de domicilio. Los clubes de fútbol, por el contrario, seguían existiendo prácticamente todos, 97 %, y la mayoría de ellos en la misma categoría que tenían en los años veinte. Como negocio, el fútbol es pequeño, pero a diferencia de los demás sectores de actividad las empresas futbolísticas están vacunadas de factores determinantes para la marcha de un negocio.

Los cambios tecnológicos, que en otros ámbitos económicos son un desafío permanente que obliga a la empresa a renovarse, en el fútbol no son mayor problema: la tecnología esencial es lo que sepas hacer en el campo con la pelota, era así en 1920 y es así, esta noche, en Old Trafford. Si el equipo tiene una temporada horrible lo peor que le pasará es que baje de categoría y pierda ingresos, pero el riesgo de que desaparezca la entidad es muy remoto, tanto como la posibilidad de que sea comprado --absorbido-- por un rival; la TWA fue la mayor aerolínea americana, pero acumuló tantas deudas que acabó en manos de American Airlines. Eso, en el fútbol, tampoco pasa. Por grande que sea un club, no compra adversarios porque los necesita para mantener viva la rivalidad y la competición, no confundir con la competencia. Porque la competencia no existe, ésa es la gran ventaja.

Los gustos del consumidor no cambian, los clientes no se pasan a la competencia; si tú consumes habitualmente una marca de salchichón pero un día pruebas otra que te gusta más, o es más barata, cambiarás de marca; pero si tú eres del Madrid, da igual lo que pase, no te vas a hacer de Osasuna, o del Barça. Aunque jugaran mejor. Aunque te ofrezcan el abono más barato. El futbol es, por tanto -en este análisis económico que suple a La Brujula de la Economía porque hoy tenemos Radioestadio- terreno cultivado, por un lado, para las decisiones económicas irracionales, pero terreno estable para una perviviencia a prueba de bombas. Por eso el fútbol es un negocio que se parece poco a un negocio, o un mal negocio más duradero que los demás negocios, o algo distinto, al final, a un negocio como los demás.

Los ingresos de un club mediano no se diferencian mucho de los de un supermercado, pero nadie pediría que, al morir, esparcieran sus cenizas en el pasillo de los congelados. En los estadios sí se esparcen cenizas de los aficionados difuntos. Incluso hay otros aficionados, éstos vivos, que ruegan su intercesión para que el equipo elimine al Manchester en la vuelta de los octavos.

Es martes, y esta es la hora Magno. El momento de contar algo bueno y de brindar, hoy, por la langosta, no el crustáceo sino el insecto de ojos prominentes, antenas finas y alas membranosas, o sea, la langosta de la plaga tan denostada por la historia y por el campo. Un grupo de científicos confía en la langosta para evitar los accidentes de tráfico. Trabajan en un prototipo de programa informático inspirado en la habilidad de este insecto para detectar los objetos que se aproximan y esquivarlos a tiempo. El objetivo es reproducir artificialmente el sistema visual y nervioso de la langosta y adaptarlo a los vehículos en movimiento.

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